viernes, julio 03, 2009

FIDEL SIN RELEVO

Acabo de leer un artículo en el periódico el País sobre la destitución de los dirigentes cubanos Carlos Lages y Felipe Pérez Roque. El escrito gira alrededor del contenido de las grabaciones secretas que están viendo algunos dirigentes locales del partido comunista cubano. Al parecer, en dicho video vinculan al CNI español con la sonada purga realizada por Raúl Castro. A pesar de lo apasionante que tienen los temas de espionaje, lo más importante de este asunto es que por primera vez en años entra luz pública a los entresijos de la nomenclatura cubana.


Se pueden imaginar a Carlos Valenciaga, secretario personal de Fidel Castro, festejando su cumpleaños en el mismo edificio donde convalecía el comandante en jefe, a pocos días de su intervención quirúrgica. Este joven secretario improvisó una pachanga donde deleitó a los presentes con una botella de alcohol entre las piernas y la gorra de su jefe en la cabeza marcando el paso en tremenda rumba, eufórico y distendido al estilo del entierro de Papá Montero. Lejos de la pena, la preocupación y la tristeza que podríamos imaginar en los rostros y las mentes de los allegados al poder había fiesta. Esta muestra de desenfado, arrogancia, irreverencia y por qué no deslealtad a ese poder totalitario, del cual son piezas claves, es la imagen del hombre nuevo. De ese ser creado por Fidel Castro fiel a su propia catadura y con sus mismas faltas de escrúpulos.


Pero quiénes son estas personas, Carlos Lage, Felipe Pérez Roque y Carlos Valenciaga. Deberíamos comenzar a describirlos como el reflejo exacto del cuadro revolucionario. Todos fueron dirigentes de la Unión de Jóvenes Comunistas, o la Federación Estudiantil Universitaria, miembros del selecto grupo de apoyo al comandante, órgano creado para mantener informado al máximo líder de todo lo que ocurría más allá de su despacho, en cualquier ministerio, en cualquier provincia, en cualquier actividad, en cualquier rincón de la isla y puede, que incluso, en el exterior. Supeditados únicamente a él y sin restricciones para actuar. No le rendían cuentas de sus actos, ni al partido ni al parlamento ni a jueces ni a militares y se sometían únicamente a la voluntad de Fidel Castro. Todos fueron fieles serviles públicos del tirano. Creados, mimados, aupados y protegidos por el comandante para ser el poder del poder.


Y no sabemos más pero intuimos que nadie cree en la obra de la revolución, simplemente la revolución es esto la fórmula exacta de corrupción y miedo. La vez anterior cuando la luz entró más allá de las paredes de las casas de los dirigentes cubanos fue en 1989, durante la causa del general Ochoa. Pudimos ver entonces que mientras el pueblo cubano sufría la eterna crisis de la revolución y daba su vida en los principales conflictos bélicos del mundo - Angola, Etiopía, Nicaragua-. Los Militarotes de la revolución de Fidel Castro vivían en lujosas mansiones. Cuando la guerra llevaban putas -disfrazadas de combatientes- para beneficiárselas en los hoteles de Luanda. Traficaban con diamantes y armas por el mundo entero y comían en la misma mesa con los enviados del narcotraficante Pablo Escobar. Así defendían la revolución socialista y antimperialista cubana. Así practicaban el internacionalismo proletario.


Por eso ahora Raúl Castro se cuida de mostrar al pueblo los actos de sus dirigentes. Cómo viven, cómo se divierten, cómo viajan, cómo festejan, cómo descansan, quienes son sus amigos y sobre qué hablan.


Esa es la obra de la revolución, eso es lo que queda. Diez millones de hombres y mujeres sumidos en la más horrenda pobreza. Ultrajados, esclavizados, discriminados, mancillados, humillados, aterrorizados, maniatados por esta panda de lunáticos que sólo es fiel a la buena posición, al poder y al dinero. ¡Que se haga la luz!


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