viernes, octubre 29, 2010

¿Por qué no hacerlo en serio?


La publicación reciente de las medidas encaminadas a lograr la reactivación económica en Cuba ha dejado perplejos a quienes pensaron que al fin alguien se disponía a tirar en serio del carro de la economía cubana. Se llegó a vaticinar un cambio ”al estilo chino”, donde se darían algunas libertades económicas, manteniendo herméticamente cerradas las puertas a la libertad política. Sin embargo, las medidas anunciadas en Granma, más allá del toque cosmético, resultan un llamado a fortalecer la economía sumergida y reconocimiento tácito del fallecimiento del modelo cubano.


Esta coreografía vacía, destinada a atraer en vano el socorro europeo, nos lleva a pensar que allá arriba, donde se cuece la política cubana, ya no queda nadie que crea en el potencial del país para salir por sus propios pies de la crisis sin coste para el decrépito régimen totalitario. Es tanta la enajenación de los Castro, que cometen la torpeza de anunciar el fin del “paternalismo estatal” escribiendo en los titulares de los periódicos que van a enviar a un millón de trabajadores estatales a sus casas sin sustento de ninguna clase. En vez de sacar a la luz un buen paquete de medidas dinamizadoras, ponen todos los focos sobre el archiconocido sobredimensionamiento del sector público en la isla. Al parecer, de tanto repetir sus mentiras, los actuales líderes creen que los cubanos , si tuvieran la oportunidad de elegir donde trabajar, preferirían los empleos estatales por 20 dólares al mes, en vez de emplearse en una empresa privada que funcionase con todas las garantías legales.


Para desarrollar esta idea yo comenzaría por definir a Cuba de la forma más simple posible : Cuba es una isla tropical en ruinas sometida a una dictadura, sin ninguna infraestructura, habitada por doce millones de habitantes que sobreviven gracias al mercado negro. Nadie trabaja y la juventud solo piensa en emigrar al exterior, donde viven ya tres millones de cubanos.


Tengo que matizar la definición de isla tropical y borrar la imagen de playas naturales, hermosos campos de jugosas frutas, vibrantes carnavales de ron y tabaco, blancas embarcaciones amarradas en pequeños y escondidos embarcaderos; y sustituirla por la idea de un lugar caluroso con un montón de ruinas, repleto de casas derruidas, escuelas rotas, calles intransitables por los baches, las fosas y las basuras, donde la escasés y las colas ornamentan el paisaje pero que aun así, el todo alberga el encanto del hermoso ayer.


Los doce millones de cubanos que podrían constituir un atractivo para la creación de riquezas, por sus salarios exigüos y su escaso margen para salir adelante, convierten a la isla en un lugar triste y doloroso para el visitante extranjero. Y aleja a cualquier posible inversor de querer poner en juego su dinero en la isla.


Si los cubanos pudieran constituirse en pequeñas y medianas empresas en un entorno legal seguro, la situación cambiaría. Los cubanos podrían labrar el futuro con sus manos a través del trabajo y la inventiva. Estas ahora escasas infraestructuras mejorarían automáticamente, se reconstruirían las carreteras, las lineas férreas, los puertos y aeropuertos, los grandes y pequeños hoteles, los acueductos, el alumbrado. Todo tendría que adaptarse a las nuevas condiciones.


Si pudieran adquirir lo necesario para vivir y emprender un negocio de forma legal, disminuiría la influencia del mercado negro en la geografía cubana. Las cosas no se “resolverían” sino se comprarían como se hace en todo el mundo. El viejo aparato burocrático sería devorado por la dinámica de las empresas, donde cada hombre de negocio custodiaría sus propios intereses y nada caería en el vacío que genera “el papá estado”.


La juventud sería la primera en adaptarse a los tiempos modernos. Nada más basta con observarlos en la actualidad con su enorme apatía y entender que vienen pidiendo cambios que les garanticen un futuro construido por ellos a su propia medida. Los jóvenes demostrarían quienes son y lo que son capaces de hacer en condiciones mínimas de libertad.


Los casi tres millones de cubanos que viven fuera de la isla se incorporarían al proceso, unos por oportunismo, otros por olfato económico. Al final se involucraría la gran mayoría que anhela el bienestar para su familia.


Si me pongo en el lugar de los que dirigen ahora la isla, con todos sus miedos y sus miserias, si quisiera mejorar las condiciones económicas de verdad, lo primero que haría sería eliminar las dos monedas nacionales y dejaría una única moneda que pueda cambiarse por cualquier divisa del mundo, así le daría seguridad a los cubanos y sentido a su trabajo.


Crearía empleos realmente productivos que movieran la economía cubana; no los esperanzadores chiringuitos para zapateros remendones publicados por los Castro que adquirirían sus pegamentos y clavos en el mercado negro como hasta ahora vienen haciendo.



Infraestructuras:


Brigadas particulares de construcción organizadas en cooperativas o pequeñas empresas privadas.


Empresas de reparación, alquiler y ventas de todo tipo de maquinarias para la construcción, importadores y distribuidores.


Empresas de instaladores de cableados y tendidos eléctricos.


Empresas de pavimentación y construcción de carreteras.


Bufetes de arquitectos, empresas de topógrafos y informáticos.


Liberaría la compra y venta de inmuebles para viviendas y locales para empresas.


Crearía inmobiliarias para alquiler de edificios y locales para empresas.




Agricultura y Pesca:


Propiciaría la creación de verdaderos mercados libres campesinos donde los agricultores puedan vender sus productos, sembrar lo que deseen. Permitiría la figura del intermediario agrícola en plazas y supermercados, que puedan trabajar asociados a hoteles, comedores o restaurantes diversos. Permitiría los peones agrícolas y jornaleros independientes.


Permitiría las cooperativas o empresas privadas que operen los cientos de centrales azucareros parados en estos momentos para que puedan producir azúcar y todos los derivados de la caña destinados al consumo interno.



Permitiría la cría de animales y el sacrificio y la venta de forma libre así como el procesamiento de sus derivados.

Permitiría el procesamiento, congelación y envasado de frutas y verduras, así como su comercialización.


Permitiría la pesca y la comercialización libre en lonjas pesqueras.



Consumo y Turismo:



Permitiría los pequeños mercados privados, tiendas de ropa , electrodomésticos, barberías y peluquerías, pescaderías, carnicerías, pollerías, fruterías, pastelerías, panaderías, empresas de servicios y reparaciones. Permitiría la fabricación de zapatos productos de piel y plásticos. Permitiría la creación de pensiones, hostales y casas rurales para turistas nacionales y extranjeros.


Para poder llevar a cabo estas ideas, crearía seis o siete zonas francas en toda la isla destinadas a la importación de materias primas, maquinarias e instrumentos de trabajo y electrodomésticos.


Por ejemplo, en el Mariel, en el aeropuerto de Baracoa, en el puerto de Nuevitas, en los puertos de Holguín y Cienfuegos.


Crearía dentro y fuera de estas zonas polígonos industriales donde se pudieran almacenar, o crear talleres, puestos de venta etc, para las empresas privadas extranjeras o cubanas.


A estas zonas francas tendrían acceso, desde Cuba, las personas nacionales constituidas en empresas importadoras, y allí comprarían las materias primas y herramientas necesarias para desempeñar sus labores: harina, sal, manteca, cuero, plásticos, tornillos, acero, maquinarias, coches, productos químicos, pesticidas, instrumentos, tejidos, prendas de vestir, electrodomésticos. Estas zonas francas las dotaría de casas de cambio, representantes de entidades bancarias cubanas, oficinas y despachos de alquiler.



Desde el exterior tendrían derecho a entrar las empresas exportadoras interesadas, sobre todo las que trabajen las materias primas. Éstas tendrían que pagar un canon para operar en la zona franca, producir o almacenar. Yo, si fuera del gobierno, estimularía a los empresarios de origen cubano a invertir en estos recintos, ya que serían gente sensibilizada con la situación de la isla (no son el enemigo).


Las zonas francas constituirían en si una fuente de empleo para traductores, camareros, transportistas, custodios, informáticos, consultores, personal administrativo, bomberos, etc. Además, se constituiría en bolsa de empleo para subcontratar personas o empresas de servicios que solicitaran los empresarios radicados en ese perímetro.

Estas zonas francas deberían tener sus propios hoteles, lugares de recreo y convenciones para los hombres de negocio que allí asistan.


Me atrevo a decir que los anteriores intentos de crear estas zonas francas fracasaron porque no encontraron compradores nacionales en las magnitudes que pensaron, y sólo compraban allí algunas empresas estatales cubanas sin ningún poder real de decisión, y todo era lento y colmado de burocracia.


El Estado, a través de leyes, tendría que regular las condiciones laborales de los trabajadores de todas las empresas incluidos los que trabajan dentro del perímetro de la zona franca, creando el concepto de salario mínimo interprofesional, revisable todos los años hasta alcanzar niveles justos. Por ejemplo, el salario mínimo interprofesional en las condiciones actuales debería ser de 2000 pesos al mes. Los empleadores podrían pagar impuesto al estado de 400 pesos por trabajador contratado. El trabajador tendría derecho a vacaciones pagadas e indemnizaciones por despido (por ejemplo a 20 días por año trabajado). También pagarían impuestos por ejercer una actividad económica, impuestos sobre personas físicas, todo esto garantizaría trabajo para economistas, contables, administradores, gestores, inspectores, fitosanitarios, policías, guardafronteras, jueces, abogados, transportistas, hosteleros, casas de huéspedes, restaurantes, lavanderías, almaceneros, etc. De estos últimos impuestos estarían excentos las empresas radicadas en las zonas francas.


Con este tipo de iniciativas el Estado, por una parte evitaría el endeudamiento por concepto de materias primas y lograría que el dinero y los recursos fluyan hacia la isla a pesar de su falta de crédito internacional, además de poder cobrar por permitir operar en las zonas francas y beneficiarse de la reactivación económica a través de los impuestos y la creación de empleo. El embargo sería un coladero porque muchas empresas norteamericanas presionarían para hacer negocio en estos sitios, sobre todo, porque entenderían que comercializarían directamente con empresas privadas cubanas y no con el Gobierno. Si estas empresas mantienen su actual posición, quedarían fuera de la oportunidad de hacer negocio en la isla.


Ese millón de trabajadores que ahora constituye una carga para el Estado y un dolor de cabezas, con las condiciones que trato de imaginar y por el hecho es estar contratados en empresas privadas podrían generar unos 400 millones de pesos al mes en concepto de seguridad social, crearían muchísimos bienes, serían autosuficientes, y con el tiempo alcanzarían un nivel de vida claramente superior al que gozan actualmente.


Este tipo de economía atraería a muchos turistas y hombres de negocios y con ellos la abundancia necesaria para que la economía cubana se reactive.


Cada cubano se convertiría en un potencial creador de riquezas y dejaría de ser el pichón enjaulado a la espera de que caiga algo de comer en su pico vacío.


Los disidentes políticos seguiríamos luchando por alcanzar el siguiente escalón: las libertades plenas para todos los cubanos, el derecho a elegir, el derecho a la información, el derecho a disentir, el derecho a opinar, el derecho a organizarse en partidos políticos, el derecho a viajar, el derecho a la propiedad, el derecho a la democracia. Porque resulta aberrante que en una oficina o sabe quien dónde se haya decidido echar a un millón de cubanos a la calle para que se dediquen a remendar zapatos con materiales robados. Los cubanos merecemos algo mejor y eso sólo se alcanza a través de la democracia con mayúsculas y en tres D: Democracia, Democracia, Democracia.

No obstante, si los nuestros comen, mejor.


César Menéndez Pryce.